2 de julio de 2011

Vámos.

Una mudanza de casa, de ciudad, de país, de gente. Así de pronto e inesperado como un portazo en la cara. Como la maquinita de toques que ayer estuvimos armando y que aún no funciona, pero de pronto, seguro, nos va a dar el putazo de toques de una. Ya no tendré casa y sólo pienso en conseguir bici, celular, ubicar el súper y los salones de clases. Esta necesidad de antisedentarismo está volviéndose cosa de cada año, parece. Y aún así, aunque no dure tanto, no me veo satisfecha nunca y eso es porque nunca me voy por completo a dejar de existir. Siempre es más emocionante el estado "a punto de irse" que "a punto de volver". Yo siempre quiero estar a punto de irme. ¡Cuanta violencia se encuentra uno en su propia estabilidad!

Ahora que está mi amigo chileno aquí, recuperé una novela llamada Ayer de Juan Emar, que me recomendó él mismo en su país en 2005, y en la que cada capítulo termina en:
- ¿Vámos?
- ¡Vámos!