30 de diciembre de 2011

Último repasón.

Nadie vivió lo mismo nunca. Si a alguien le interesara, este es un resumen de un año con poco respiro descrita en detalles.

Las tormentas blancas y silenciosas. El viento que ie congeló las manos. La muerte de mi abuela en el metro. El último cigarro, las lágrimas y la nieve. Los gigas, el inglés, los filtros, las noches profundas. Judíos ortodoxos, Manhattan, Brooklyn. El lente descalibrado. Reveladas, corridas, sudadas, grabadas, filmadas. Pocos descansos, muchas risas, algunos pedos. Cantar todas las canciones del radik con la misma letra. Al desierto, la frontera, las pistolas, los migrantes. Un México descalibrado. Pipopes. Norteños. Burritos. Life is hard in the campo. Fin de rodaje, el primer largometraje y despedidas en el aeropuerto.

Pruebas interminables de cámara. La enfermedad de mi madre y mis manos oliendo a revelador. Los súbitos sucesos con mi casa y sus habitantes. Viajes de mi corto por el mundo. Cohabitar y viajar con él, Neu!, los ventiladores, el piso frío, Fred Frith, el metro, Residents, los tacos de chile relleno, el hígado encebollado, mañanas con café de codo, Kevin Drumm, andar en calzones, Zbig Rybczynski. Quesadillas frías, máquina de destrucción pasiva, botellas de tequila, perro despertador aventado en la cama. Las tormentas, las exposiciones, las clases particulares, la depresión. La boda 50 de mis padres. La complicidad, un asalto a mano armada y el cigarro gratis, la lluvia, la madrugada. Dejar una casa vacía. Regresar. Dormir en el aeropuerto.

Aeromozas, trenes, países, autobuses. Berlín. La bicicleta, las clases, las inolvidables deliciosas tardes en el parque. Los vodkas chiquitos, el canal, los domingos, los amigos nuevos, entrañables. La ventana, la lluvia y cuatro piernas juntas. La máquina de dar toques. Una cámara de 10 euros, el alemán, el Spreewald y el placer de una vida perfecta. Filmadas, reveladas, pedaleadas, salchichas, rosé, desayunos, proyecciones, toboganes y más parques. La casi muerte, las tripas tiradas en el atlántico. Trabajar. Enviar paquetes. Más allá del clonazepam. Cenas preciosas que dan dolor de cabeza. Euros, chocolates, cervezas, hígado. Pasear en moto. Las terribles despedidas de gente, de continente.

Estar homeless, escalar como terapia. Un primer corte. El viaje gratis, el pánico escénico, los whiskies previos, la cena de Rosh Hashaná en casa de un gerente de Bank of America. Más reveladas, corridas, sudadas, decepcionadas. El séptimo sello del año en mi pasaporte. Sus novelas y los contados, nerviosos encuentros. Un cumpleaños tranquilo, hermoso, silencioso en traje de baño. Skype. Colaboraciones extraordinarias. Historias desgarradoras de cerca. Los desaparecidos y las visitas al semefo. Filmar, finalizar beca. The Caretaker. La ansiedad, depresión, enfado irradiado. Soledad autoinfringida. Enfadar a los amigos. Insomnio, pesadillas, sueños recurrentes. Mi fin de rodaje, el último y final revelado, escaneado. La entrega de un año entero en una estación del metrobús.

Sonreír por haber vivido en mis tres ciudades favoritas del mundo. Los perros, el departamento, fedex, aduana y los impuestos. El bosque y la desmotivación. Terminar, terminar, terminar. Las ganas de que pasen los días, las semanas, los meses y ver si algo sirvió de algo.

22 de diciembre de 2011

Último tren.

Cada diciembre se multiplica el nivel de alcohol, crimen, objetos inútiles y narices rojas. Como si pagaran por hacer, consumir, robar y comprar. Inútil también es preguntarse para qué. La cosa es que la cautela también aumenta y si se te hace poquito tarde despidiéndote de una conversación medianamente interesante, te toca subir al último tren que te lleva a casa y ni modo. Eso me acaba de suceder y me encontré con varias peculiaridades a dos días de los millones de bacalaos y pavos muertos, rellenos, servidos. Un hombre iba borrachísimo y vomitó la entrada. Un doctor se sentó junto a el sin darse cuenta. Y apenas la primera de diez estaciones. Cada vez aumentaba la gente y el olor hasta que se subió un enano refunfuñón y se paró adelante de mí y sacó de su mochila un perfume barato y se echó y les echó a los que estaban a su alrededor en los cinturones, botones de las camisas. Y claro, el olor mezclado, evaporado, justo a mi naríz. Me pregunté como no hay multas por producir olores que pueden provocar náuseas. Después suben personas sudando alcohol, todos patinando en el vómito, una señora vestida de Santa Claus, un policía, un adolescente borracho que atrapaba su mano en la puerta y yo cada vez más abrigada en gente, tocando nalgas, leyendo libros de cabeza, rodeando cinturas, respirando pelo, escuchando toses, otra fragancia fuerte, dulce, barata y no vamos ni a la mitad. Sólo pienso en salir corriendo de ahí, pero es el último tren y nadie se baja, al contrario se siguen subiendo. Y el hombre vomitado dormido, pegándose. Y todos sobándonos, oliendo. Y el conductor frenando, moviéndonos. Como seguro se sentirá estar en una olla de pozole hirviendo.

Finalmente salí y la gente se revolvió toda y me continuaron una conversación rarísima. No corrí como quería, nadie me siguió, y quizá ni era ese el último tren.

6 de diciembre de 2011

Libros y cadáveres.

Cualquier párrafo, sonido, palabra, pensamiento, beso, llamada, están provocándole quassi-explosiones a mis venas gordas y calientes. Es algo parecido a una prisa por dejar de sentir cualquier cosa, todo. Avant-Zukunft en el nivel más personal. Me siento como un animal rabioso con los ojos tapados perdido por un bosque plácido y desnudo, tropezándome con pantanos exquisitos, rasguñándome con las ramas pulmones y cayéndome a los hoyos obstáculos. Altas y bajas entremezcladas, carencias y abundancias de todo. Al mismo tiempo deseando que nunca me destapen los ojos, pero ya escucho a los humanos venir por mí, armados hasta los dientes para cazarme y meterme por la fuerza a un mundo donde no hay hiperactividad, ni trabajo, ni rollos, ni árboles, ni pantanos ni pulmones ni obstáculos. Pero no me van a matar. Me van a dejar vivir las vacaciones más aburridas y sádicas del mundo, con los ojos destapados mirando, leyendo las noticias de los nuevos muertos.

Pero ver las noticias entretiene mucho, con todo venas hinchadas, es casi como leer un libro eterno. ¿Dónde y cómo y cuando se irá a acabar?

El título de este post es por las faltas y abundancias entremezcladas que pasan todo el tiempo, más últimamente acá. Hay tantos y faltan tantos de los dos... , como dijo un letrero de esa librería que se ha puesto de moda aunque no quiera mencionarla: si la letra con sangre entra, el país debe estar leyendo mucho.

Recomiendo, salir a los parques a respirar y dormir una siesta, levantar las piernas para que baje la sangre o caminar por el parque con los ojos tapados.