30 de diciembre de 2013

Vaya.

Fines de diciembre. Una vez más una fecha hace sentir como si la vida se reseteara automáticamente. Placebo. Pero si no existieran estas cosas llegaríamos quién sabe a donde en un mar de remolinos infinitos hasta el final de nuestra vida. Sería interesante pero inaguantable, tal vez. Pasan los años y nunca se para de aprender, pero cada vez los exámenes duelen más.

Para mi esos remolinos fueron sorpresas, pérdidas, personas nuevas, amor, aventuras, lágrimas, acoso, viajes, chantaje, desolación, mancuernas, mucho trabajo, nada de trabajo, 3 ó 4 mudanzas, hospitales, muchos festivales, mi vida en una maleta, un desmayo, un temblor, un premio, una cirugía. ¿Para qué sigo? Me deshice de cosas, me hice de cosas y me sorprendí. Sopresa y aprendizaje es lo que va en negritas subrayado. Tengo menos sangre ahora pero más sabiduría. Más enemigos pero más amigos. Más años, más cautela, más libertad. Menos miocardio, menos juventud, más deudas. Y esto termina con un nido afortunado con una luz hermosa por la mañana y por la tarde, fin del paradójico remolino infinito.

A nadie le importa. Ni a mi recordarlo, porque se viene lo malo primero, aunque no me arrepienta de nada, porque eso no quiere decir que lo tengo totalmente superado. Sigue el misterio de porqué no nos tiramos por la ventana cualquier mañana de cualquier día. De porqué hasta para eso necesitamos fecha. Una fecha. Unos números representando lo que sea. Y nos la creemos. Entonces compremos whisky y que bailen los hielos en nuestra mano mientras tenemos la seguridad de que el mejor vino se abre después del uno del uno. De que ahora sí, nos va a tocar la buena cosecha.

Vamos en mi coche.