11 de abril de 2024

Tres años sin él.

Creo que tuve la intuición justo antes de conocerlo. Lo vi de lejos y no quise verlo a los ojos porque sabía, sabía, algo me decía que no había vuelta atrás, que una vez que lo viera a los ojos iba a ser imposible deshacerme de él.  Pero lo vi. Y esa mirada tan especial no la he tenido nunca ya. Jamás he visto tal inmensidad, jamás me he comunicado mejor con un ser de otra especie. Jamás me sentí tan entendida, amada, confortada y con esa certeza mutualista empatada. Se construyó a partir de algo muy sólido y solo fue creciendo, al punto máximo de la enseñanza, de la intensidad, del gran inmenso amor y la complicidad. Imposible y especial. Único. Mágico. No hay palabras para describirlo. Con su muerte, algo en mi se fue y nunca volverá. No sé qué hacer con esa parte que perdí, con ese espacio que no parece llenarse con nada.

Y no éramos perfectos, pero siempre regresamos al punto inicial, de hacernos sonreír, de querernos tanto, de estar, estar, estar juntos y enroscados emocionalmente para siempre. Hasta que ese siempre se volvió un nunca más.


En esa foto faltaban menos de 24 horas para que dejara de existir. La felicidad pura. No pudimos ni imaginarlo. Habría intentado hacer una mejor foto por lo menos. O planear morir abrazados y juntos.