12 de abril de 2021

Mi más grande amor.

Siempre quise y creí que nos moriríamos el mismo día. Antier se murió él y yo no, pero evidentemente, con él se fue una gran parte de mi ser. Ya no voy a ser la misma jamás. No sin él, no. Él llenaba mi corazón, mis minutos, mis días, mis años. Disfruté cada segundo que pude abrazarlo, que nos mirábamos a los ojos, que caminábamos juntos en silencio, que nos comunicábamos sin palabras. Cada vez que me siguió al baño, a la cocina, a comer, a trabajar. Esas veces que trabajó conmigo en mis piernas. Su olor, su ritmo al beber agua, al caminar, al respirar, al roncar, sus besos de siempre, o cuando me limpiaba las lágrimas, su mirada tan especial. Me propuse a darle todos los besos del mundo, tantos como pude hasta el último segundo de su vida. Me dio tantos besos él también y al final limpió mis lágrimas hasta que pudo. 10 minutos del más inmenso amor. Le canté, le hablé, le aullé y lo besé y abracé. Sentí su amor infinito, sentí su agradecimiento porque se bajaba su dolor y tal vez creyó que eran mis besos lo que lo sanaba, y tal vez por la bolsa entera de premios que se comió justo antes, que jamás había comido tantos, y ese día no había desayunado.

Una hermosa mañana de abril a las 12:48 su corazoncito enorme dejó de latir, y el mío se rompió en mil pedazos, después de haber dormido en mis brazos y fauces afuera, en un silloncito, en el sol, donde le gustaba mucho tirarse. Sin estrés y en mis brazos. Con él se fue todo mi entendimiento del mundo tal y como es, de su ausencia, del tremendo silencio que cohabita conmigo hoy. Me lo amputaron. Me incompleté. Me destruí. No puedo entender nada de la vida, del aire, de los pájaros. Se me cayó el mundo. No concibo nada de esto. Duele cada poro de mi cuerpo. 14 años del más puro infinito amor especial. Hay un dolor que me consume como un fuego endemoniado que se esparce con vientos indomables en mi interior. Crece. Pasa el tiempo y el fuego se expande y me quema toda por dentro. Su ausencia es del tamaño de todo. Es imposible creerlo, aún cuando se tiene un cerebro que registra los hechos inevitables. No tengo la menor idea de qué voy a hacer ahora. Por más que llamo a mis amigos, que abrazo a mi bato, que me hace reiki y me da tanto amor, no logro acomodar nada. Siento su amor, pero no llena el vacío inmenso que siento. Y siento el amor de Satanás, de mi hermoso y belleza máxima del universo, y me punza dolorosamente el no poder sentirlo o verlo o escucharlo.

Todas las historias de arcoíris, de estrellas que me cuidan ahora, de la otra vida que tendrá no me sirven de nada. No está. Y esa es la realidad. Aquí, ahora no está. Ya no. Y estuvo tanto tiempo tan cerca. Y gracias a la pandemia pasamos un año en casa 24 / 7 los tres. Nos volvimos una manada envidiable de perros pensionados. Y atrás, lejos en los años, cuando él era un cachorro enfermo, alerta, deprimido, flaco y callejero, y nos miramos a los ojos, no me imaginaba lo mucho que íbamos a construir, lo intenso que íbamos a vivir, la magnitud de su personalidad, de nuestro amor. Nos cambiamos de casas, de ciudades, de país y continente. Viajamos mucho en todos los transportes posibles. Conoció países, ciudades, continentes. Nunca voy a terminar de contar todas las historias que vivimos, como nos salvamos mutuamente constantemente, siempre. Me cuidó todo este tiempo, me protegió de todos. Ahora me siento desprotegida, vacía, quiero creer que algún día me reencontraré con él, aunque me cuesta. 

Lo amo. Lo amaré siempre. Lo extraño y jamás encontraré a nadie como él, con esa energía y esa mirada tan intensa, tan honesta, en la que me refugié tantas veces, en la que logré entender y descifrar nuestro lenguaje especial, solo nuestro y de nadie más, como lo fueron todos los días que estuvimos juntos por tantos años. Se me cae el mundo sin él, sin mi amor, sin mi hermoso, amado, belleza máxima Satanás.


17-marzo-2007 - 10-abril-2021




5 de abril de 2021

Tonelada fantasma.

Me anestesiaron el brazo metiéndome unas agujas a los nervios para apagarlos un lunes a las 8 de la mañana en un quirófano con ventanas al exterior donde se veían las copas de los árboles sin hojas, un reloj de una iglesia y algunos pajaritos volando. Lo último que dolieron fueron esos piquetes y ni cuenta me di a qué hora se estiró mi brazo ni cómo abrieron mi piel.

Mi cerebro cachó algo de la anestesia también y amaneció otra vez en mi cuarto de hospital, conectada a antibióticos y suero. Me baja la presión y oxígeno. Recuerdo que fue mi dedo el protagonista de todo esto.

Siento que mi brazo está arriba no lo veo, veo un brazo que sale de mi abajo, colgando, muerto. Una prótesis humana. Lo toco y no es mío. No se mueve, no vive. Toco esos dedos ajenos, calentitos, hinchados, suaves. Así que así se siente mi piel. Trato de cargarlo para moverlo de posición y pesa una tonelada. Pero mi brazo fantasma está en otra posición y tengo comezón. Rasco el brazo cadáver y no sirve de nada. El espejo está demasiado lejos para probar si funciona.

Pienso inevitablemente en mi futuro cadáver. Alguien va a tocar mi cadáver. Alguien va a cargar mis toneladas enteras, a tocar mi piel, a sentir la falta de movimiento, de vida. Seguro serán desconocidos que si hoy me ven, no me tocan porque vivo. Me tocarán sin saber que ya he pensado y descrito ese momento. Muchas veces en mi vida. Desde que me rayaba el cuerpo con plumones saludando a los señores del SEMEFO. Me tocarán sin saber la fascinación que siento hacia el cuerpo, sin saber que les quiero preguntar sobre cómo quedé, sin censura, si me sacaron órganos, si quedé deshecha, si fue muerte natural, si me suicidé. Si la mueca en mi cara es feliz o asustada o triste. 

Pero regreso a la realidad y sigo viva en el hospital. No sé cuánto falta para que alguien prepare mi cuerpo. Para saber si se queda por unos instantes ese fantasma sin peso, sin existencia de uno mismo. De todo el ser, sin ser. Y cómo se siente no sentir, que todo se acaba. Intento mover los dedos y por fin siento cosquillas y desaparece ese brazo imaginario y la pesadez. Lo cadavérico. Y entonces se siente poco a poco como se forma en cámara lenta la futura cicatriz de mi primera cirugía de mi vida.