11 de abril de 2024

Tres años sin él.

Creo que tuve la intuición justo antes de conocerlo. Lo vi de lejos y no quise verlo a los ojos porque sabía, sabía, algo me decía que no había vuelta atrás, que una vez que lo viera a los ojos iba a ser imposible deshacerme de él.  Pero lo vi. Y esa mirada tan especial no la he tenido nunca ya. Jamás he visto tal inmensidad, jamás me he comunicado mejor con un ser de otra especie. Jamás me sentí tan entendida, amada, confortada y con esa certeza mutualista empatada. Se construyó a partir de algo muy sólido y solo fue creciendo, al punto máximo de la enseñanza, de la intensidad, del gran inmenso amor y la complicidad. Imposible y especial. Único. Mágico. No hay palabras para describirlo. Con su muerte, algo en mi se fue y nunca volverá. No sé qué hacer con esa parte que perdí, con ese espacio que no parece llenarse con nada.

Y no éramos perfectos, pero siempre regresamos al punto inicial, de hacernos sonreír, de querernos tanto, de estar, estar, estar juntos y enroscados emocionalmente para siempre. Hasta que ese siempre se volvió un nunca más.


En esa foto faltaban menos de 24 horas para que dejara de existir. La felicidad pura. No pudimos ni imaginarlo. Habría intentado hacer una mejor foto por lo menos. O planear morir abrazados y juntos.



24 de febrero de 2023

Mensaje en una botella lanzada al universo.

Es difícil dibujar un universo entero. El universo del que eres parte ahora. Es todo y es exactamente lo que dibujo, un infinito. Eres infinito. Tengo un papá que es infinito. Te convertiste en todo. Quiero exhalar y desintegrarme contigo. Lo haré algún día, y entonces sí, en billones de años, tal vez volvemos a encontrarnos. 

Tú no fuiste caudillo ni coronel ni nada de eso. Te cantamos una canción inventada por ti con una letra repetitiva en tu funeral. Me gustó mucho tu funeral, a pesar de ser tan triste. A pesar de contener los últimos momentos de nuestra vida junto a ti, o lo que te hacía ser tú. Tu cuerpo, ese que habitaste siempre, desde antes, cuando yo no te conocí. Ay, te volviste joven. Te volviste tú, el de siempre. El que yo conocí. Te volviste una voz que vive en mi interior, en el universo que tengo dentro que es el mismo infinito donde tú existes. A veces hablas. A veces te ríes. A veces me sonríes y me tocas la barbilla. Me acuerdo que siempre me hiciste ese juego con la barbilla, y se sentía muy bonito. Me la rebotabas, ni siquiera sé cómo describirlo. Nunca he visto a nadie hacer eso aparte de ti. Inventabas muchas cosas. Eras un niño, mi mamá siempre lo dice. Un niño callado, como yo. Tal vez más ocurrente de lo que parecía y te divertías con cosas pequeñas. También eras enojón y a la vista de todos más serio que nada, excepto si querías ser amable o algo así, pero las sonrisas y risas honestas solo las guardabas para nosotros. Ay papi, qué ganas me quedaron de platicar contigo. Tengo años queriendo hacerlo, me falta el infinito de tiempo y no creo dejar de quererlo. Quiero preguntarte cosas que no entiendo, y quiero saber qué piensas.  

Es extraño cómo te extraño desde hace tanto y apenas ahora siento la verdadera ausencia pero al mismo tiempo una inminente presencia. Te quiero mucho papi. Lo lanzo al universo, por si algún día o alguna noche, mis palabras y mi amor se fundan en la inmensidad y choquen contigo, con tu corazón, con tu infinito.

2 de mayo de 2022

El teatro negro de la mente.

 A veces se me llena el pecho de casi nada. Y esa nada es apabullante. A veces mi ser está lleno y mi mente nublada. A veces mi mente vuela y mi cuerpo adormilado. Lo que muchas veces me funciona es intentar apagar el mundo y detener mi mente y dejarla en negros. A veces funciona, pero nunca cuando hay cosas tan feas como impuestos y deadlines de por medio. Me pone nerviosa todo. Me pone nerviosa desperdiciar un segundo más de mi tiempo. Me gustaría saber cuando voy a morir, pero si lo sé, no podría disfrutar ningún momento más jamás. Qué fácil es aguadarse. Qué fácil es pensar en el final, en el no futuro. Lo difícil es controlar el cuerpo, la mente, los delirios y las nubes grises internas. Lo difícil es encontrar ese teatro negro de la mente, que viene con todo y es a la vez nada. Es la pausa perfecta. El reset. El suspiro inagotable e imprescindible. La calma. El roncar de los demonios. De las nubes densas. El ritmo melódico de los pulmones. El calmado desliz de la sangre. Las venas que cambian de temperatura. Las que no duelen. Las que se llenan. El tinitus que se desvanece. La venganza del recuerdo inevitable. El respiro. El latir más lento. Ojalá. Todos los pensamientos aislados, encimados, abandonados. La siesta de la mente. El cuerpo que existe. Algo nuevo dentro de lo viejo. Despertar sin pánico. 


Silencio. Todos los animales callan. Se viene el final.

9 de abril de 2022

Cornelia, la veterinaria.

 Hoy fui a la veterinaria como hace un año con Satanás. Casi un año después. Un día antes del último día que fui a la veterinaria con Satanás. El clima es parecido, y la espera un poco larga, otra vez. Al fin pasamos y la veterinaria checa a Sofi, le checa los ojos, y a Satanás también le checaron los ojos, y en eso ya no puedo más de tantas coincidencias. Tengo un nudo en la panza y se lo digo a la veterinaria, y cómo ahí hace un año se me fue mi Satanás. Y me pregunta si no fue ella quién nos atendió. Si no fue un perrito blanco. Si no venía yo con mi novio. Si no nos salimos afuera a que le diera el sol y a ponerle la primera inyección. Sí, sí fuimos nosotros. Nos recuerda perfectamente, porque se notó en nosotros ese shock, esa noticia tan inesperada. La mayoría de la gente se lo espera, pero nosotros no lo esperábamos y nos costó mucho creerlo. Hace un año todavía se usaban cubre bocas y nadie tocaba a nadie, y yo por eso no la pude reconocer. Pero vi su mirada y creo que sí recuerdo, entre lágrimas, lo profunda que es, ese color azul rayado con gris, con la pupila dilatada. Y me dijo aquella vez que le gustaría abrazarme pero no lo hizo. Y yo le dije que le he querido dar las gracias por lo amable y comprensiva que fue al dejarnos tomarnos el tiempo para despedirnos a Satanás y sacarlo al solecito. Y las lágrimas se me salieron hoy. Y corrió a abrazarme. Y me abrazó al fin y le agradecí al fin y pude llorar como quise llorar hace un año en la veterinaria. Nada reconforta, ni eso me hubiera reconfortado, Ákos me abrazó mucho también ese día, no me faltaron abrazos, pero un año después, ese abrazo sí me llenó de algo. De mucho. De un círculo que se cierra. De Satanás existiendo tan fuertemente aún después de no existir por casi un año. De cerrar tan perfecto. Coincidencias que completan mi vida. Que me dejan con un placer como un piano que fluye y fluye en una enramada sentimental mientras camino fuera de la veterinaria en cámara lenta, con los dos perros con el pelo volándoles, y mi pelo volando sin gorro, y llegando a la parada del autobús con muchas sensaciones al mismo tiempo, queriendo explotar suavemente, guardando ese momento para mi nomás, el momento de recordar a Satanás, sabiendo que no era su último momento conmigo. Sí físicamente pero ya siempre está ahí adentro de mi cuerpo, corriendo por su pelota, durmiendo y llenándome de pelos mis órganos. Hoy hace un año, salimos a dar un paseo muy hermoso con Satanás. Y hoy es el último día que puedo decir eso. Y está bien. Los espacios siguen y la vida sigue y el tiempo sigue. Y así va. Me calmó el abrazo de Cornelia. Me hizo sonreír por dentro y minutos después por fuera. Me exprimo los ojos, pero también me sacudo un poco, ligero. Ligera, inundada en mis recuerdos, en mis coincidencias, en tanto amor. En Satanás. Mi infinito amor.


8 de abril de 2022

Tuve un bosque de cardúmenes volando en materia oscura.


La gente me pregunta si estoy bien. No sé cómo responder a eso. Nunca se está completamente bien, y cuando se está, hay una cierta incomodidad de que todo esté bien que anula el estar completamente bien. Pero uno siempre dice que sí. Aunque no. Aunque sí e inmediatamente no. Nadie lo cuestiona bien. Pocas personas realmente se interesan en cómo estás, se preguntan qué tanto es el porcentaje que no lo está, las causas, las razones. Uno quiere saber lo malo que ocurre con las personas que más quiere. Lo bueno también pero lo malo, si realmente quieres a alguien, te afecta también y te duele. Y lo sabemos y aún así, seguimos diciendo que estamos bien, siempre.

Pero hoy no estoy bien. Para nada bien. Se acerca el día en el que se termina para siempre el poder decir que hace un año, todavía estaba Satanás conmigo. Él fue mi mejor amigo, más que amigo. Es la relación más profunda que he tenido en mi vida. Me duele en el cuerpo que hace casi un año que no nos vemos, que no siento su amor, su mirada, su lengua. Que no escucho sus suspiros. Me enseñó muchas cosas y estoy lejos de ser como él, pero pensar en lo guerrero que siempre fue es lo único que me motiva para cualquier mínima cosa últimamente. Caminar para llegar a casa. Hoy me está costando hacer cualquier mínima e insignificante cosa. Puse a calentar una coyota y se quemó. No hay gran ciencia en poner a calentar una coyota en un comal. Fracasé. No me he quitado la pijama ni he puesto jabón a la lavadora llena de ropa sucia. No prendí las luces cuando oscureció y solo escuché música y ni las lágrimas me limpié, las dejé fluir, las dejé salir con todo y las bocanadas del llanto. Ya no está para limpiarme las lágrimas. Lo extraño bosques y mares y espacio exterior. Lo extraño materia y energía oscura. Mi conexión con todo, con el amor, con el más inmenso amor. Nada se compara y nada lo reemplaza. Los perros no saben qué hacer conmigo. Yo no sé cómo explicarles. No hago absolutamente nada. Estas costillas me encerraron por completo, me encarcelan en mi propio sentir. Faltan dos días para que se cumpla el plazo y todo regresa.

Y todo me recuerda a él. Y nada detiene al tiempo ni a la fuerza con la que vuelve la tristeza. 


14 de octubre de 2021

Hojas secas.

Las mañanas se enfrían y el paisaje se seca. Una vez más me pongo ese abrigo que dejé en abril, cuando empezó la temporada de huracanes en mi corazón. Tengo cosas bellas en mi vida, y quisiera disfrutarlas mucho más. Lo hago por tiempos, por capítulos. Me fuerzo a respirar profundo, a estar bien. Aún sigo en duelo, aún me siento incompleta. Algo se perdió para siempre en mi y no sé cómo voy a volver o si ya es este pedazo de humano quien quedó para siempre. No lo sé ni sé si lo sabré. No sé si aquí empieza una bajada hacia la nada o apenas empieza una subida. No sé cuánto tengo que esperar, ni cómo me puedo recuperar, o cambiar, o volver. A veces pienso cuánto tiempo me queda bien, o mal, y cómo será morir. No sé si eso arreglaría algo, ni si me daré cuenta del momento en que muero o solo es un corte directo hacia la nada. Por lo pronto es imposible pensar con certeza. Solo importa lo que pasa en el presente. Ni el pasado ni las consecuencias importan. Así que miro a la ventana y disfruto a los seres que me calientan el corazón ahora, y espero que hoy, al menos hoy, no vuelva a empeorar mi realidad.

2 de agosto de 2021

El viento que no se lleva las tristezas.

 El viento sopla fuerte, abro la ventana y me vuelvo a dormir. Las mejores siestas son las extensiones de sueño por la mañana. Tengo sueños ordenados. Me despierta un golpeteo extraño en el vidrio de la ventana. No sé si es algún humano y abro los ojos tamaño japonés para ver que el que toca la ventana es un pajarito con su pico. Un mini espectáculo hermoso. El viento sigue soplando, no sé si para el mismo lado o cambia, pero se escucha. La temperatura es perfecta. Pienso en ese documental del afterlife, pienso en las casualidades, pienso en como se apagaron las luces de la calle el día que se murió. Pienso invariablemente en el amor de mi vida, que es un perro, que se me fue y que es la causa de un duelo que cargo conmigo como un equipaje de por vida, que supongo se aligera por momentos y en grandes cantidades de minutos y horas y días y meses y años. Nadie sabe cuánto dura eso. Nadie sabe cuánto nos quisimos ni que pasamos casi todas las horas de unos años juntos. Extraño tenerlo sentado o acostado junto a mi todo el tiempo. El silencio es tan profundo ahora. El sonido del viento es cruel. Quiero llenar mi cabeza de todos los momentos que puedo disfrutar sola. Y disfruto la soledad, pero me doy cuenta cuánto me acompañó él. 

Desayuné fruta afuera, es el primer día de agosto y estoy sola. Veo la sombra de mi pelo volando mientras exprimo el melón con los dientes. Las plantas se mueven, las flores colgantes rotan. Nació un girasol. Se cayeron los pétalos de unas margaritas. Pienso y escribo sobre la muerte, sobre lo frágil que es nuestro cuerpo y cómo se puede descomponer en un instante y morir. Cada vez le tengo menos miedo a morir, aún cuando se me presentan estas posibilidades de que no todo termina ahí. Eso sí que me asusta más. Apenas entiendo porqué surge esa necesidad de que eso exista, de no dejar de existir jamás, de volver a nacer o de encontrarte con lo que te dolió perder cuando mueras, si cuando mueres pierdes todo y todos te pierden a ti. Pero la duda genuina es a dónde se va la energía, la esencia del ser, etc. Y es tan extraño que desaparezca alguien de su cuerpo, que claro, se transforma en vacío, en sofocación, en búsqueda, en negación para los que aún habitamos un cuerpo. A menos de un metro de mi están unas pastillas para dormir que no me tomo porque mi cuerpo solo quiere dormir naturalmente. Mi temperatura corporal es perfecta para un ser vivo. Los rayos de sol se cuelan por el árbol y por la ventana y llegan a mis ojos, a mi cuerpo, bailando a un ritmo silente, acompañados por el cruel crujir del viento.  Aunque quisiera no despertar, se levanta el viento y la vieja, absurda ilusión de necesidad de levantarse a hacer algo productivo, que me mueve hacia donde honestamente ni quiero, pero voy.