2 de agosto de 2021

El viento que no se lleva las tristezas.

 El viento sopla fuerte, abro la ventana y me vuelvo a dormir. Las mejores siestas son las extensiones de sueño por la mañana. Tengo sueños ordenados. Me despierta un golpeteo extraño en el vidrio de la ventana. No sé si es algún humano y abro los ojos tamaño japonés para ver que el que toca la ventana es un pajarito con su pico. Un mini espectáculo hermoso. El viento sigue soplando, no sé si para el mismo lado o cambia, pero se escucha. La temperatura es perfecta. Pienso en ese documental del afterlife, pienso en las casualidades, pienso en como se apagaron las luces de la calle el día que se murió. Pienso invariablemente en el amor de mi vida, que es un perro, que se me fue y que es la causa de un duelo que cargo conmigo como un equipaje de por vida, que supongo se aligera por momentos y en grandes cantidades de minutos y horas y días y meses y años. Nadie sabe cuánto dura eso. Nadie sabe cuánto nos quisimos ni que pasamos casi todas las horas de unos años juntos. Extraño tenerlo sentado o acostado junto a mi todo el tiempo. El silencio es tan profundo ahora. El sonido del viento es cruel. Quiero llenar mi cabeza de todos los momentos que puedo disfrutar sola. Y disfruto la soledad, pero me doy cuenta cuánto me acompañó él. 

Desayuné fruta afuera, es el primer día de agosto y estoy sola. Veo la sombra de mi pelo volando mientras exprimo el melón con los dientes. Las plantas se mueven, las flores colgantes rotan. Nació un girasol. Se cayeron los pétalos de unas margaritas. Pienso y escribo sobre la muerte, sobre lo frágil que es nuestro cuerpo y cómo se puede descomponer en un instante y morir. Cada vez le tengo menos miedo a morir, aún cuando se me presentan estas posibilidades de que no todo termina ahí. Eso sí que me asusta más. Apenas entiendo porqué surge esa necesidad de que eso exista, de no dejar de existir jamás, de volver a nacer o de encontrarte con lo que te dolió perder cuando mueras, si cuando mueres pierdes todo y todos te pierden a ti. Pero la duda genuina es a dónde se va la energía, la esencia del ser, etc. Y es tan extraño que desaparezca alguien de su cuerpo, que claro, se transforma en vacío, en sofocación, en búsqueda, en negación para los que aún habitamos un cuerpo. A menos de un metro de mi están unas pastillas para dormir que no me tomo porque mi cuerpo solo quiere dormir naturalmente. Mi temperatura corporal es perfecta para un ser vivo. Los rayos de sol se cuelan por el árbol y por la ventana y llegan a mis ojos, a mi cuerpo, bailando a un ritmo silente, acompañados por el cruel crujir del viento.  Aunque quisiera no despertar, se levanta el viento y la vieja, absurda ilusión de necesidad de levantarse a hacer algo productivo, que me mueve hacia donde honestamente ni quiero, pero voy.

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