9 de abril de 2022

Cornelia, la veterinaria.

 Hoy fui a la veterinaria como hace un año con Satanás. Casi un año después. Un día antes del último día que fui a la veterinaria con Satanás. El clima es parecido, y la espera un poco larga, otra vez. Al fin pasamos y la veterinaria checa a Sofi, le checa los ojos, y a Satanás también le checaron los ojos, y en eso ya no puedo más de tantas coincidencias. Tengo un nudo en la panza y se lo digo a la veterinaria, y cómo ahí hace un año se me fue mi Satanás. Y me pregunta si no fue ella quién nos atendió. Si no fue un perrito blanco. Si no venía yo con mi novio. Si no nos salimos afuera a que le diera el sol y a ponerle la primera inyección. Sí, sí fuimos nosotros. Nos recuerda perfectamente, porque se notó en nosotros ese shock, esa noticia tan inesperada. La mayoría de la gente se lo espera, pero nosotros no lo esperábamos y nos costó mucho creerlo. Hace un año todavía se usaban cubre bocas y nadie tocaba a nadie, y yo por eso no la pude reconocer. Pero vi su mirada y creo que sí recuerdo, entre lágrimas, lo profunda que es, ese color azul rayado con gris, con la pupila dilatada. Y me dijo aquella vez que le gustaría abrazarme pero no lo hizo. Y yo le dije que le he querido dar las gracias por lo amable y comprensiva que fue al dejarnos tomarnos el tiempo para despedirnos a Satanás y sacarlo al solecito. Y las lágrimas se me salieron hoy. Y corrió a abrazarme. Y me abrazó al fin y le agradecí al fin y pude llorar como quise llorar hace un año en la veterinaria. Nada reconforta, ni eso me hubiera reconfortado, Ákos me abrazó mucho también ese día, no me faltaron abrazos, pero un año después, ese abrazo sí me llenó de algo. De mucho. De un círculo que se cierra. De Satanás existiendo tan fuertemente aún después de no existir por casi un año. De cerrar tan perfecto. Coincidencias que completan mi vida. Que me dejan con un placer como un piano que fluye y fluye en una enramada sentimental mientras camino fuera de la veterinaria en cámara lenta, con los dos perros con el pelo volándoles, y mi pelo volando sin gorro, y llegando a la parada del autobús con muchas sensaciones al mismo tiempo, queriendo explotar suavemente, guardando ese momento para mi nomás, el momento de recordar a Satanás, sabiendo que no era su último momento conmigo. Sí físicamente pero ya siempre está ahí adentro de mi cuerpo, corriendo por su pelota, durmiendo y llenándome de pelos mis órganos. Hoy hace un año, salimos a dar un paseo muy hermoso con Satanás. Y hoy es el último día que puedo decir eso. Y está bien. Los espacios siguen y la vida sigue y el tiempo sigue. Y así va. Me calmó el abrazo de Cornelia. Me hizo sonreír por dentro y minutos después por fuera. Me exprimo los ojos, pero también me sacudo un poco, ligero. Ligera, inundada en mis recuerdos, en mis coincidencias, en tanto amor. En Satanás. Mi infinito amor.


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