10 de marzo de 2012

Duro y a la cabeza.

Yo no creo. Nada. Curiosamente los temas que más me aburren y menos me interesan son aquellos en los que se hace creer en algo, en alguien. No me interesa la mujer japonesa de la epifanía del fin del mundo. No creo en imágenes colgadas en las paredes de las casas alusivas a hechos insólitos. No creo en las promesas en los discursos políticos.

Nos tocó vivir en un mundo de mierda, como a casi todos los que hemos nacido en la Tierra. Ahora estamos entre las mentes más podridas que existen, y que no se dan cuenta. No se dan cuenta de que se autoviolentan, se autoboicotean, se emboscan, se acorralan y corren, huyen hacia un mundo peor. Canallamente algunas personas medianamente inteligentes, se dan cuenta de lo que no vale la pena. Canalla es, que muchas de estas personas, o quieren tener pocos o no quieren tener hijos, por la simple razón de darse cuenta. Y quien no lo sabe y tiene la cabeza violenta, también tienen su sexo violento y descuidado y ganas de alimentar su ego cambiando pañales y enseñando a anticiparse a una corrupción inminente a sus menores de edad, a gente que va a terminar embarazándose mil veces también, manteniendo así la especie escogida con la gente violentada, seguidora, defensiva, y ellos perseveran, trascienden, tienen y tienen hijos, y entre ellos más posibilidades de que quieran tener y tener hijos. Y los otros simplemente se extinguen. Es una manera fría de verlo, de decirlo, pero tal vez es volver a la raíz animal, a los instintos, al asesino que llevamos dentro, caníbal, instintivo, cazador, y volver a olvidar las lenguas y tratarnos otra vez como masas, como especie, como una especie más, igual a las otras, porque algunas personas, creo que van alcanzando ese nivel, aunque un tanto inferior a muchas otras especies animales que sí valen la pena. Los diferencian las palabras. El sólo pronunciarlas.

Palabras que yo también uso, y que son ofensivas para más de alguno, pero es mi razonamiento de hoy. Hoy mientras desperté y la luz del sol me quemó las retinas y una sirena los tímpanos. Está todo tan reventado en este mundo, en este país y pienso eso, y volteo rápidamente la mirada a un hombre en la sala de su casa, bailando sólo sin saber porqué, y otro sentado viéndolo sin querer bañarse, recordando su infancia y sólo su infancia. Senil. Sin darse cuenta de nada. Sin yo llamarlo estúpido. A ninguno, ni a sus aburridas y largas vidas. Aburridas para mi, finalmente. Son simplemente dos de muchos. De casi todos. Es algo de lo que me he dado cuenta.

Lo mejor sería volver a ser animales.

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