3 de diciembre de 2010

Das ist nicht weit.


Muchas veces que tuve que sacar la cartera para pagar en ese lugar, mi cerebro mandó la acción equivocada a mi cuerpo. No sacaba el dinero sino que desabrochaba mi pantalón y bajaba el cierre. Sólo una vez me vió un hombre y no pareció tan sorprendido, pero si un poco avergonzado. A mí también me invadía ese sentimiento. Lo bueno es que casi nunca me vió nadie. No porque sea malo avergonzarse, pero me gusta tener respeto por la no influencia de mi parte en el día de personas desconocidas.

Había un zorro en la madrugada a media ciudad. Cambié sellos de entrada a un bar por tragos de whisky. Ví cáncer, Alz-heimer, culpas, terrorismo, ciudades y muchas otras profundidades que retuercen el estómago entre vodkas, cervezas, papas y salchichas. Probé la carne de canguro, de venado y de avestrúz. Incrusté gente de verdad en mi vida, en mi Facebook y en mi Email. Bebí nieve y caminé entre vómito en el metro. Me sorprendí de cosas. Como antes, me sentí un tanto silenciosa pero exhibicionista, como tal vez se ha sentido alguien que posó para Helmut Newton (ejemplo arriba).

Todo esto sucedió en la ida al cine más larga de mi vida. Sólo fui y ya. Pero implicó mucho ir y regresar. Podría hasta decir que ya no soy la misma persona. Tampoco totalmente diferente pero al menos un 5% sí cambió. También algo se reinició. Se me instalaron nuevos programas y se vació el bote de basura. Secure Empty Trash. Y es todo lo que tengo que decir sobre esto.

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