15 de diciembre de 2010

Un siempre estirado para un receptor perdido en do mayor.

Envejeciste. Estás un poco más feo y tu cuerpo aparenta los cambios de la edad. Los ojos se te ven mas chiquitos. Te empezó a ir bien desde entonces. Te casaste. Tuviste hijos. Te divorciaste, te volviste a casar. Desapareciste un tiempo y reapareciste, aunque siempre estabas ahí. Quién sabe cuánto más hayas hecho que valga la pena recordar o contar. Jamás lograré hacerme una idea de tu vida en todo este tiempo sin verte. Para mi lo es eso y millones de detalles que he ido bordando con detalles de mi vida. Ideas que yo también tuve. Cosas que también me pregunté. Imágenes que perturbaron igual. Porquerías que quise inventar. Palabras que me explotaron la risa dentro de un vaso con agua. Tú.

Llovía durísimo y era la primera vez que te veía. Y tú me viste sonriendo y me preguntaste mi nombre. Fue hace tanto. Aún eras jóven. Aún soltero. Me sorprendiste. No pensé que existieras de esa manera. Así de hermoso. Desde entonces, mi respiración responde con una inhalación más lenta en el instante en que te veo, todas las veces. No sé si llegue un año en que te pueda decir esto. Que desde esa tarde de lluvia fuerte pensé que no necesitaba conocerte más para saber que podía estar ahí contigo siempre. Un siempre con un fin. Un siempre que jamás empezó. Como todos los siempres que nos gusta decirnos. De los que se siente bonito decir. Aunque ese siempre dure menos de una noche.

¿Por cuánto tiempo y de cuántas personas se puede estar enamorado?

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