10 de marzo de 2011

No me apures.

Ahora voy a escribir sobre mí. Porque siento que llegué a un punto solemne. Tuvo que pasar una cosa insignificante, mal hecha, desvergonzada y medio inútil, pero sirvió de algo. Estuvo mal, pero estuvo bien. Tengo claridad en cosas que me angustiaban y eso me hace ver todo más desempañado. Este año he profundizado algunos pensamientos. He acompañado a gente muy cercana a hacer cosas que marcarán una cosa importante en sus vidas, y no precisamente cosas buenas. A mí me afecta de la manera buena, aprendo. Así que el estar sola en la casa reconforta mucho porque pienso y hablo sola. Y me quedo en silencio. Y pongo música a todo volumen. Como si tuviera más tiempo para mí y para llevar al cine a la gente por ejemplo. Y aunque odio a los humanos me gusta invitar a alguien al cine de pronto. Pero a veces también cancelo. No, no eres tú que pareces esto. Soy yo que soy yo. Punto. Ir sola al cine me encanta. Y no, no me sorprende lo que me dices. Y no estoy enojada contigo. Sólo ya no me sorprendes. Y me voy al cine porque quiero. A ver cualquier idiotez. El rito si quieren (qué porquería de mensajes católicos por cierto, pero que esperaba yo, si filmaron en el Vaticano). Cualquier idiotez. Bueno eso hago yo en esta vida corta. Idioteces, acompañamientos y más idioteces. Sin prisas. No hay mejor cosa que comerse un puré de camote al whisky y tener una cuenta en un bar. Ni que darse el lujo de comer con cuchara todo y empezar a cocinar como hombre. 

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