Y ahí estoy, recordando lo que debería olvidar, y olvidando lo que debería recordar.
La nave de la concentración se quedó en algún punto del espacio, lejos de mi cabeza como si el tiempo ni existiera y los deadlines fueran una broma. Pero todo esto es una broma que no da risa. Y estar sin estar, lejos pero cerca, constante e inestable. Pretextos. Cosas difíciles. Petardos a la fluidez. Cosas imposibles de controlar. 'Cabeza despierta!' quiero gritar. Quiero pensar en la utilidad de las cosas. En qué voy a leer. En qué voy a escribir...
Por sí mismas, las cosas no significan nada, como los utensilios de cocina de una civilización antigua; pero sin embargo nos dicen algo, siguen allí no como simples objetos, sino como vestigios de pensamientos, de conciencia; emblemas de la soledad en que un hombre toma las decisiones sobre su propia vida: teñirse el pelo, usar una camisa u otra, vivir o morir. Y una vez que ha llegado la muerte, todo es absolutamente inútil.
(Paul Auster, La invención de la soledad)
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