3 de febrero de 2010

Cuando chiquitos.

Un amigo del kinder twitteó algo sobre el salón donde teníamos la clase de música. Cantos y juegos. Y totalmente me fui para allá. Claro, recuerdo los días nublados y lluviosos como hoy, con uniforme, ese olor a los ochentas y la lluvia. El lonche, la mochila, los sonidos de gritos. Los palitos de colores de plástico. Los chochitos. La tiendita. Las tapas del garrafón con resistol. La plastilina y las reglas metálicas. El suéter con mangas que llegaban a donde empiezan los dedos. Los looks de las maestras. La maestra Sandy pelirroja. Los monitos que pegábamos en un pizarrón de terciopelo. El timbre. La señora del aseo. El olor a alcohol de la dirección (no sé porqué olía a alcohol la dirección). El piso en forma de hexágonos. Mi lonchera metálica de Plaza Sésamo. Las filas antes de entrar a clases. Ver a mi mamá yéndose por la ventana cuando me había dicho que ahí me esperaba hasta la salida. La puerta redonda. Los exámenes y la textura del papel. El olor de los libros. Las cintas de colores pegadas en los pisos. Mis zapatos. Las botas ortopédicas de mi compañera Carolina. El piano de cola. Talón y punta, 1, 2 y 3.  Todos son recuerdos como flashes, pocos pero claros. Era el tiempo de E.T., de arrastrar monitos que tocan el tambor, de los Fisher Price, de los Winnie Poohs, de mi conejo "Rabbit", y de tirarse al suelo a dibujar.



En ese tiempo todavía no cachas qué es verdad y qué es imaginación.  Yo creía completamente que Princess la directora había llegado un día cargando una piedra gigante (como las fuentes redondas que había en Plaza del Sol) y nos enseñaba qué tan fuerte era y nos convencía de así seríamos de grandes. También contaba esa historia de la vez que fui a Estados Unidos en avión y la aeromoza vino por mí al asiento, me tomó de la mano y me llevó a la cabina y yo veía todo lleno de botones y controles y mucho cielo por la ventana y el piloto me dejaba picar botones. Me dijo que picara el que yo quisiera y piqué uno amarillo que estaba junto a uno rojo. Y entonces el avión viró 360 grados. Y todos estaban muy felices de ver que yo, de 2 años, había logrado hacer eso. Y lo hacía otra vez. No tengo la menor idea si alguien me creyó eso. Ni muchas otras historias que me desmentí yo sola a veces ya demasiado grande. O alguien más me lo contó. Como con Rabbit, mi conejo mascota. Se llamaba así porque yo estaba aprendiendo palabras en inglés y estaba en kinder. Le daba de comer en su platito de madera y lo abrazaba y jugaba mucho con él. Blanco con ojos rojos. Hermoso. Que se lo llevaron de vacaciones a Monterrey y jamás volvió y me dieron un paraguas morado a cambio y no lo quise y lloré. Y como veinte años después mi hermana me dijo que lo cocinaron y se lo comieron. Shock total. Me pongo en pausa cuando pienso que tal vez yo misma lo probé. Y odio a todos.

>> Pan sonic / Aaltopiiri.


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